Debajo de las hojas se sentía cómoda la morrocoya Matea, nombre que le dio mi madre al reptil que llevó muy chiquito papá cuando yo apenas contaba 7 años, ella se desplazaba con una parsimonia y mamá decía cuando me mandaba a hacer algún mandado: “Mateo apúrate, cómprame rapidito lo que te exigí que va a llegar tu taita y aún no está listo el almuerzo, corre que Matea te alcanza muchacho él carrizo, eres más lento que ella.
Como siempre yo me distraía mucho, si encontraba a Juan y José jugando metras, me ponía a jugar con ellos hasta que oía nuevamente el grito de mamá, “Mateo es para hoy, cuando llegues te voy a dar unos alpargatazos pa’ que me hagas caso y no te quedes jugando pichas”
Mi infancia en la finca de papá fue muy sana y divertida, estudiaba en una escuela rural donde estaban todos los que vivían en ese caserío, la maestra instruía a los de primero, segundo y tercer grado, ¡a todos juntos!, ella era muy buena y bonita, todo lo aprendíamos al aire libre, cada quien llevaba su comida, se pasaba el día en su casa y alrededores, la quebrada era una delicia, agua fresca y abundantes peces que se sacaban con una nasa , la profe tenía un pequeño conuco donde aprendimos a sembrar papa, yuca, zanahoria, cilantro. Tenía un gallinero con doce gallinas y un gallo, dábamos de comer a las gallinas, recogíamos los huevos y después de realizar todo el trabajo, nos sentábamos en unos bancos alrededor de una gran mesa a estudiar.
Marta, se llamaba la maestra, nos contaba historias de aparecidos, las cuales llamaba leyendas, nos decía: “las leyendas no son realidad, son relatos fantásticos”; claro está, en nuestras mentes infantiles la realidad y la fantasía iban agarradas de la mano, no había una frontera, todo para nosotros era real.
Un día nos contó la leyenda de la llorona, dijo: “ la llorona era una mujer vestida de blanco, aparecía todas las noches, daba unos gemidos muy fuertes, parece ser que fue una mujer que ahogó a su hijo y como castigo del cielo, debía penar llorando con el niño en brazos”.
Después de narrarnos esta leyenda, todos nos pusimos a comentar, José dijo,” yo la he oído pero pensaba que era una loca que vive cerca de mi casa”, Juan comento: “a mi papá le salió en estas noches que llegó tarde con unos tragos encima”, María dijo: “yo no creo en esas cosas, mamá dice que esos son cuentos para que la gente no salga en las noches y para que los niños se comporten bien”.
Esa tarde todos nos fuimos a nuestras casas con la idea en la mente de la existencia o no de la llorona, le conté a mamá la historia y me dijo:”esos son cuentos de camino, hay muchos, tu abuelo me contó algunos cuando estaba de tu edad”
- Una noche estrellada, nos contó una leyenda llanera llamada la bola de fuego, ¿quieres que te la cuente?
- Si mamá, así mañana se la cuento a mis compañeros y a la maestra.
- Bueno hijo, cuentan que una mujer celosa mató a su esposo porque estaba engañándola con otra, luego, lo enterró en la sabana en presencia de sus dos hijos, la gente preguntaba por su esposo y ella decía que los había abandonado y se fue con la otra a tierras lejanas; el tiempo pasó y aunque tenía muchos pretendientes, nunca llegó a aceptar a ninguno, cuando su hijo mayor llegó a la adolescencia, viéndolo buenmozo y de buen porte, se puso a vivir con él, la gente del pueblo decía que era una pecadora, ella no les hacía caso.
Al llegar el hijo menor a la adolescencia ella noto que era más atractivo y elegante que el mayor y le propuso también que viviera con ella, como el no accedió, al quedarse dormido lo mato diciendo “si no eres mío, no serás de otra”. Al morir la viuda e ir a rendir cuentas con el creador, viendo este los pecados que había cometido le impuso como castigo penar por la sabana en forma de bola de fuego.
- Mamá Rosa, pero esos son cuentos de camino o en realidad sucedió eso.
- No hijo, esas son leyendas, son historias contadas de generación en generación, tu abuelo me la contó y yo te la cuento.
- Me gustó mucho, mañana se la contaré a los muchachos y a la maestra.
- Que bueno hijo, así enriquecerán su aprendizaje.
Al día siguiente la maestra nos dio clase de matemáticas, fue sumamente divertida pues jugamos a la tiendita, compramos con dinero que eran los recortes de billetes y monedas de unos afiches que le regalaron a ella los señores de un banco, hicimos compras y ventas de huevos, papa, zanahoria, maíz arroz, pesamos las gallinas en una balanza que tenia la maestra, medimos con una cinta métrica la estatura nuestra, el tamaño de la mesa, la cerca que rodeaba el jardín, en realidad nuestra enseñanza fue muy rica y divertida, después de la clase les conté la leyenda de la bola de fuego que me contó la noche anterior mamá, todos me aplaudieron y la maestra me felicitó, son muy gratos los recuerdos que tengo de esos hermosos días y lo que aprendí nunca lo olvidé y ahora se lo enseño a mis dos hijos.
Hoy día cuando regreso a la finca de papá a visitarlos con mis hijos y mi esposa, vienen a mis recuerdos esos hermosos días y Matea aún se pasea con su parsimonia.
Diego Silvestre González (Venezuela, 1954)
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